Los ladrones de médula ósea. Cherie Dimaline

The Marrow Thieves © Cherie Dimaline

Los ladrones de médula ósea (extracto de la novela) © Traducción de Sophie M. Lavoie, 2022

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Cuento: Primera parte 

“Nosotros, los Anishnaabe, vivimos en estas tierras durante miles de años. Algunos de nuestros hermanos decidieron caminar lo más lejos posible hacia el este y algunos salieron para el oeste. Otros cruzaron largos campos de tierra estrecha hasta llegar a otras partes del globo. Muchos de nosotros nos quedamos aquí. Les dimos la bienvenida a los visitantes quienes bautizaron el territorio con el nombre de Canadá. A veces había problemas entre nosotros y los visitantes. A veces nos matábamos. Éramos excelentes combatientes —guerreros, como nos llamábamos entre nosotros— y conocíamos estos territorios, entonces les dábamos muchas palizas.”

Los chicos siempre sacaban pecho cuando Miig llegaba a esta parte del Cuento. Las mujeres se erguían y alargaban el cuello, sus bellas caras como flores que se abrían en el calor de la fogata.

“Pero, perdimos mucho. Sobre todo porque nos enfermamos con los nuevos gérmenes. Y, cuando nos quedamos de rodillas, con fiebres y dolores, decidieron que les gustaba que fuéramos así, de rodillas. Y eso fue cuando abrieron las primeras escuelas.

“Sufrimos allí. Casi perdimos nuestros idiomas. Muchos perdieron la inocencia, la risa, la vida. Pero lo superamos y las escuelas fueron cerradas. Volvimos a nuestros territorios ancestrales y volvimos a construir, a aprender, a organizarnos. Lidiamos con las consecuencias y seguimos adelante. Hubo muchos años en que estuvimos perdidos, demasiado dolor que se hunde en el olvido, un olvido que venía en paquetes convenientes: botellas, pastillas, cubículos dónde nos sentábamos a trastornar el papeleo. Pero cantábamos nuestras canciones y las llevamos a la calle y a los salones de clase —salones construidos en nuestros propios territorios y llenos de nuestras palabras y nuestros libros. Y, cuando recordamos que éramos guerreros, cuando honramos el dolor y lo dejamos al lado, seguimos adelante. Habíamos vuelto.”

Minerva dio un gran resuello mojado, se limpió la nariz con la manga y empezó una vez más a masticar el material. 

“Entonces llegaron las Guerras del agua. Los Estados Unidos levantaron el brazo y empezaron a chupar nuestros lagos con una pajita enorme de metal. Y, ¿dónde se encontraban los lagos más frescos y los ríos más limpios? En nuestros territorios, claro. Los Anishnaabe siempre fueron como canarios en las minas para los demás. Lástima que el país estaba demasiado ocupado para escuchar lo que gritábamos, preocupándose de por qué no pagábamos más impuestos en los jeans de marca Levi’s y en las barras de chocolate KitKat.

“Los Grandes Lagos fueron contaminados hasta volverse fango. Llevó su tiempo, pero casi cuando California fue tragado por el mar, los lagos fueron cercados, demasiado envenenados para ser usados por el hombre.”

Yo había visto los Grandes Lagos: el lago Ontario cuando estábamos en la ciudad y el lago Huron cuando vivíamos en la Concesión New Road. Las aguas eran grises y espesas, como papilla. En la distancia, los barcos anclados se balanceaban de un lado para otro, sellados y silenciosos, con el ritmo del oleaje metódico. 

“Las Guerras del agua siguieron propagándose, yendo hacia el norte y buscando nuestros ríos y nuestras bahías y, eventualmente, una vez que nuestras tierras ancestrales fueron diezmadas y el agua contaminada y la gente se dispersó, las Guerras llegaron a las ciudades. Eso fue cuando los ejércitos se formaron, los soldados fueron reclutados y las balas fueron disparadas. Irónicamente, al mismo tiempo, los ríos se hacían sorber por el sur y después por el este, para el mejor postor. El Norte se derretía. El Derretimiento hizo que la mayor parte de los territorios del Norte quedaran bajo el agua, y la gente se trasladó al sur o hacia algunas de las miles de pequeñas islas que surgieron como secuela del Derretimiento en nuestros territorios. Esta gente del norte, sin embargo, era resistente, algunos de los más resistentes que jamás hemos tenido, entonces sobrevivieron, siguen sobreviviendo. Así va el cuento. Algunos van mejor que bien. Es por eso que nos vamos hacia el norte ahora, hacia ellos.”

Miig se puso de pie, caminando al ritmo del Cuento, moviendo los brazos como un conductor en cámara lenta para hacernos entender el énfasis y el tono. Necesitábamos nunca olvidar el Cuento. Era su trabajo fijar el recuerdo a perpetuidad. Nos hablaba cada semana. A veces el Cuento se limitaba a un tópico, como los primeros internados indios: dónde quedaban, lo que pasaba allá, cuándo cerraron. Otras veces nos contó cien años en una larga narrativa, francamente y sin adornos. A veces nos juntábamos por una hora para que nos explicara los tratados y otras veces por diez minutos para darnos la lista de los terremotos en el orden que pasaron, sacando capas de los bordes de los continentes, como si fueran encías podridas. Pero, cada semana conversábamos porque era imperativo que lo supiéramos todo. Dijo que era la única manera de hacer el tipo de cambios que eran necesarios para sobrevivir verdaderamente. “Un general tiene que ver el campo entero para preparar una buena estrategia,” había explicado, “Cuando estás allá luchando, no se puede ver mucho más que la amenaza que queda directamente en frente de uno.”

“Las Guerras del agua duraron diez años antes de que, en los salones cavernosos de asamblea, los líderes del mundo se pusieran de acuerdo, firmando una nueva colección de tratados y acuerdos. Los Anishnaabe fueron esparcidos, aislados y asustados. Una vez más de rodillas pero esta vez no había lugar donde juntarse. Mientras tanto, el resto del continente se hundió en una nueva era. Las franjas del mundo habían sido segadas por las aguas crecientes, los movimientos tectónicos y las lluvias constantes. La mitad de la población murió en el desastre y de las enfermedades que se propagaron a causa del gran número de cadáveres y de la falta de sepulturas. Los que quedaron no salieron beneficiados, la verdad. Trabajaron largas horas, dejaron de tener hijos sin doctores y, peor que todo, dejaron de soñar. En este nuevo mundo, las familias, los seres queridos, fueron hechos añicos.”

El extracto de Los ladrones de médula ósea, de Cherie Dimaline, publicado por Cormorant Books Inc, Toronto, (Copyright 2017 © Cherie Dimaline) se utiliza con el permiso de la autora y la editorial.

Más sobre Cherie Dimaline

Cherie Dimaline es miembro de la comunidad indígena métis histórica de la Bahía Georgiana (Georgian Bay) en el territorio que se conoce ahora como Canadá. Dice su biografía en su sitio web: “Vengo de ancestros cazadores y de mujeres que contaban historias y hacían sus propios remedios cuando no podían comprar pomadas del ‘vendedor ambulante’ que venía del otro lado de la Bahía de vez en cuando. Algunos remedios usaban agua bendita del Santuario en el pueblo, otros usaban agua tomada en la Bahía el domingo de Pascuas. Muchos requerían cebolla y pino. Hasta hoy, mi familia caza y hace la cosecha.” Dimaline es autora de seis libros pero The Marrow Thieves, publicado en 2017, fue declarado por la revista TIME uno de los mejores libros para adolescentes de todos los tiempos, entre otros premios prestigiosos en Norteamérica. La novela de ciencia ficción para adolescentes presenta un futuro dónde los pueblos originarios son cazados para obtener su médula ósea. Presenta un grupo de personajes distintos que se juntan y colaboran para esconderse del peligro mientras se presentan los problemas sociales y del medio ambiente que han llevado al contexto distópico de la realidad de la novela. La continuación de la novela, Hunting By Stars, salió en 2021.

Sobre la traductora

Sophie M. Lavoie es profesora del Departamento de Cultura y Estudios Mediáticos de la Universidad de Nuevo Brunswick en Fredericton, Canadá, que es el territorio nunca rendido de los Wolastoqiyik, o malecitas. Enseña clases de lengua, literatura, cine y cultura. Ha publicado artículos académicos sobre literatura de mujeres centroamericanas y latinocanadienses, entre otros temas, en francés, inglés y en español en varias revistas. Fue cotraductora con Hugh Hazelton de El laberinto vertical de la poeta argentina Nela Rio hacia el inglés, del libro de poesía Nous sommes les reveurs de la poeta mi’kmaq Rita Joe hacia el francés y de Un parcours bispirituel, la traducción al francés de la autobiografía de Ma-Nee Chacaby, una indígena biespiritual cree y ojibwe que salió en 2019. Forma parte del consejo editorial de la revista Candela Review y directora del equipo del Registro Creativo de la Asociación Canadiense de Hispanistas.

The Marrow Thieves © Cherie Dimaline

Los ladrones de médula ósea © Traducción de Sophie M. Lavoie ~ Siwar Mayu 2022


Johny Appleseed, de Joshua Whitehead

Joshua Whitehead (pronombre él) es oji-nêhiyaw (dos espíritus) de la Primera Nación Peguis (Tratado 1). Actualmente es estudiante de doctorado, conferencista y becario Killam en la Universidad de Calgary, donde estudia literaturas y culturas indígenas con un enfoque en género y sexualidad. Su disertación, titulada tentativamente Feral Fatalisms (“Fatalismos salvajes”) es una narrativa híbrida entre teoría, ensayo y no ficción que cuestiona (en clave nêhiyawewin) el papel de lo “indómito” inherente a las formas de ser indígenas. Joshua es el autor de Full-metal Indigiqueer (Talonbooks 2017), que fue preseleccionado para el Premio Voces Indígenas y el Premio de Poesía Stephan G. Stephansson. También es el autor de Jonny Appleseed (Arsenal Pulp Press 2018), novela que fue incluida durante mucho tiempo en el Premio Giller, preseleccionado para el Premio de Voces Indígenas, el Premio Literario del Gobernador General, el Premio de Primera Novela de Amazon Canadá, el Premio del Libro Carol Shields Winnipeg. Jonny Appleseed ganó el Premio Literario Lambda de Ficción Gay, y el Premio de ficción Georges Bugnet. Joshua recientemente publicó Love After the End: Two-Spirit Utopias and Dystopias (Arsenal Pulp Press, 2021). Su obra está publicada en lugares como Prairie Fire, CV2, EVENT, Arc Poetry Magazine, The Fiddlehead, Grain, CNQ, Write y Red Rising Magazine. Actualmente, Joshua está trabajando en un tercer manuscrito titulado Making Love with the Land (“Haciendo el amor con la tierra”) para publicar con Knopf Canada, el cual explora las intersecciones entre indigeneidad, el ser cuir y, sobre todo, la salud mental a través de un lente dos espíritus/nêhiyaw. 

Jonny Appleseed © Joshua Whitehead

Selección y traducción al español © Sophie M. Lavoie

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VIII

Me viene un sueño recurrente en el que estoy en la orilla de un océano. El cielo es oscuro en los bordes pero iluminado por el resplandor de la ciudad a mi espalda. El agua es de un color negroazul rico y cuando las olas pasan sobre mis pies, veo dentro muchas cosas: lodo, hierbas, incluso sangre. La marea se va – hay peces muertos, latas de aluminio y tornillos de metal en el arena mojada que brilla en la luz deslumbrante de la ciudad. Pero, el agua no está quieta, se retira solo para ganar ímpetu. Y la espuma del mar no es una cosa griega preciosa; el espumajo burbujea negro de la suciedad y del petróleo, quemando huecos en la tierra. Cuando las aguas se retiran aún más, veo una ola oscura creciendo en el horizonte. Cada onza de la fuerza del océano está contenida en ella. Y ahora la ciudad entra en pánico; percibo sirenas y apagones y gritos tan estridentes como bombas.

Y allá estoy —un chico moreno, solo y desnudo en el abismo del fin del mundo, las plantas de mis pies quemados en el residuo de una playa furiosa. Las tortugas van zumbando entre mis piernas y se transforman en rocas en la arena, manteniéndose firmes de su propia voluntad. Alrededor de mí escucho la canción de perdición de las orcas, de los lobos y de los osos, el chillido cacofónico de un animal que siente la muerte como la textura de una gasa pegajosa con sangre y piedras. Una multitud de pájaros echan a volar hacia la ola, llevando en sus garras ramitas, hierbas y pequeños roedores. Pasarán por encima de su cresta y fundarán un nuevo hogar, en algún lugar por allá, en el oeste distante. De repente, un pájaro grande, un águila quizás, hunde sus garras en mis clavículas y me lleva hacia el cielo. Pero no me duele, porque hay ranuras en mis huesos, casi ojales, para que estas garras quepan. Soy como un juguete en una máquina de salón de juegos, sujetado por una garra. Y, cada vez que ascendemos, hace más frío, entonces me subo a su espalda y me acurruco en sus plumas.

La ola grande se acerca y ahora el cielo es rojo a causa del sol en silueta, del relampagueo. Granizos, lluvia y vientos nos acribillan la cara, pero seguimos adelante en la tormenta.  La ola es más grande de lo que creíamos. El gran pájaro no va a poder superarla, tendrá que traspasar la cresta de la ola. Los vientos son tan fuertes ahora que me jalan el pelo y, al pájaro, le sacan puñaladas de plumas. Estamos exhaustos y quemados, los dos sangrando en el cielo. Y yo decido, si los dos vamos a sobrevivir, debo proteger al pájaro del impacto de la ola. Entonces me subo más en su espalda y envuelvo su cabeza con mi torso, doblo mis piernas alrededor de su cuello robusto, tiendo mi cuerpo hacia el suyo, y después me acerco y murmuro con leves besos, “está bien, está bien.”

Está bien.

Entonces, con un gran movimiento de sus alas, salimos disparados por la cresta de la ola. El frío del agua me picotea la carne, la presión y la fuerza me rasgan la espalda como si fuera cremallera, y los escombros dentro de la ola nos magullan los cuerpos cansados. Emergemos al otro lado de la ola, los dos hechos un desastre, los dos una visión triste de escalpelamiento volando por el cielo. Nos preparamos a encontrar una tierra prometida del otro lado, Whiskey Jack y la Reina de las Pieles llamándonos a casa, pero en su lugar vemos que el agua no está más tranquila, hay olas a lo lejos hasta que se pierde la vista. Las olas siguen llegando, están aquí para retomar lo que es suyo; a todos nos ha llegado lo debido, tanto el Pájaro de Trueno como Nanabush.

Más sobre Joshua Whitehead

Sitio web del autor> https://www.joshuawhitehead.ca/ 

Sobre la traductora

Sophie M. Lavoie es profesora en la Universidad de New Brunswick – UNB (Canadá). Realiza investigaciones en las áreas de escritura de mujeres y cambio social en Centroamérica y el Caribe. Sus estudios se centran en la mujer en la Nicaragua contemporánea durante la primera era sandinista (1970-1990), pero también está interesada en otros movimientos revolucionarios de la zona, como Cuba y El Salvador y en la escritura de mujeres en América Latina. Su proyecto de investigación actual es sobre el vínculo entre la escritura, el empoderamiento y la acción revolucionaria de las mujeres durante la era sandinista en Nicaragua. Sophie también es miembro asociado de la facultad en el programa de Estudios de Desarrollo Internacional, el programa de Estudios de la Mujer y el Programa de Estudios Cinematográficos en UNB.


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